Mientras
el barco se hunde, la tripulación se pertrecha para iniciar un motín y los
tiburones giran en torno a la embarcación con el ansioso deseo de echarse un
trozo de carne al gaznate, el capitán, bregado en mil batallas, con su pata de
palo y su espadón en mano, no deja de gritar:
- ¡¡No corráis!!! ¡¡Que
nadie abandone!!, Si quitamos que el barco se va a pique, el resto marcha
perfectamente!!.
Y
los tripulantes que, acaban de enzarzarse en la penúltima discusión sobre el
rumbo que debe tomar la nave y están a punto de lanzarse a las peligrosas aguas
del mar Caribe al grito de ¡sálvese quien pueda!, apenas llegan a esbozar una
sonrisa, tan agridulce como la salsa que sirve de unto a las bolas de pollo de
los restaurantes chinos.
Esta
imagen de película de piratas nos sirve para ilustrar la actual situación del
pacto de gobierno, el tripartito, que llevó hace algo más de un año al capitán
Salvador Campillo, a presidir la alcaldía de Sueca, con el apoyo de los cinco
ediles del Bloc Nacionalista Valencià y los cuatro del PSPV-PSOE.
El
capitán Campillo se hizo a un mar incierto con una tripulación desconocida,
pues su trayectoria de hombre conservador, de ascendencia regionalista, amante
de las tradiciones más arraigadas, poco tenía que ver con el ideario
progresista, nacionalista y de izquierdas de la mayoría de los hombres y
mujeres del Bloc se pavonean de defender y del PSOE. Aún así, y sin que este
cronista haya podido descubrir en el cuaderno de bitácora las razones que le llevaron
a renunciar a un “pacto natural” con los diez ediles del Partido Popular, la
fuerza más votada con diferencia en los pasados comicios, -siempre se puede
especular que se llevaba mal con la antigua dirección del Partido Popular de
Sueca, que no le dejaron liderar la agrupación hace ya un par de lustros,...- ,
lo cierto es que las nuevas compañías no le favorecen para nada.
La
nave que debía ser comandada por Campillo partió un 28 de mayo de 2011 del Año
de Nuestro Señor, gracias a la actitud entusiasta y la aportación generosa de
un par de armadores, que contribuyeron a patrocinar el flete. Es evidente que
desde el minuto cero, la tripulación confiaba poco o nada en las aptitudes del
capitán, aún así y con la sabia dirección de un experimentado contramaestre,
superviviente de numerosas expediciones, capaz de navegar en barcos con
diferente pabellón (¡síiii, es Baldo!), la nave comenzó un largo y penoso
viaje.
A
los pocos meses, la tripulación empezó a descuidar sus quehaceres en cubierta;
el contramaestre ascendía a comandante de un barco de guerra en Madrid y los
armadores mareaban al capitán unos días mandándole a comprar cocos, otros días
a vender canoas a los aborígenes de las islas caribeñas. Demasiada carga para
tan estrechos hombros.
La
desazón, sin embargo, empezó a cundir
ante la carencia de agua, al
mismo tiempo que se abandonaban a su suerte
las obras de remodelación del velamen, y se optaba por rehacer una y otra vez, por cuestiones de
estética, disposición y color, el andamiaje de la cocina, a petición del
propio cocinero.
Aún
así, lo peor estaba por llegar: se acabó el ron, sí, se acabo el ron. Y la
tripulación sedienta y mal pagada, con los remeros (funcionarios) poco o nada
motivados, pues todo hay que decirlo nunca en la historia de la navegación se
había visto un mar tan bravo, con un oleaje más intenso, provocado por una
tempestad que dura ya cuatro o cinco años, abandonaron el barco a su suerte y
se encomendaron a sus antiguas creencias para salvar, si no su cuerpo, al menos
su alma.
Así
estamos hoy, en víspera de San Roque. Con un barco a la deriva, con la
tripulación aferrada a unos cascotes de madera, con los remeros abandonados a
su destino y con un capitán con medio
cuerpo metido en un barril de pólvora, sin poder moverse, azuzando a un par de
intérpretes para que sigan tocando con ayuda de un acordeón el baile de los
pajaritos, mientras el agua se cuela a borbotones por la bodega.
El
capitán tiene en la mano la antigua bandera, con la que navegó en su juventud,
con la que ganaba amigos y batallas, sólo tendría que arriar la bandera pirata
y lanzar unas salvas para que la nave nodriza acorazada acudiera al rescate.
¿Qué le detiene? ¿Valdrá más la pena disponer de honra sin barcos, que barcos
sin honra? Lo que tenemos todos claro es que su honra y sus barcos los estamos
pagando el pueblo de Sueca, uno de los municipios de la Ribera con mayor índice
de paro estructural, con un consistorio incapaz de articular una gestión de sus
recursos desde hace ya muchos años y con una imagen - a los últimso
aconctecimientos me remito- más que devaluada por las diferencias y rencillas
de sus componentes. ¿No hay nadie que coja el timón y endereze el rumbo?